Para tenerlo en mis brazos y contarle la historia más hermosa que jamás haya oído. Para enseñarle que Dios existe en el cielo, en la tierra, en cada detalle de la naturaleza y de su cuerpo. Para enseñarle a sentir asombro y a emocionarse por las cosas que realmente lo merecen. Para dejar de lado los platos sucios y llevarlo al parque para que pueda correr, respirar a pleno pulmón, mirar la luna, sentir la lluvia sobre su cabeza y descubrir cada secreto de la naturaleza. Para jugar con él una carrera, hacerle un dibujo, atraparle una mariposa y darle todo el alegre compañerismo que necesita. Para señalar el camino de la verdad y enseñarle a amar a Dios con sus sentimientos de niño. Este tiempo es corto, y si me descuido se me esfumará, porque los hijos no esperan.
Para anticipar la llegada de un bebé, consultar al médico, hacer dieta y ejercicio y ver cómo se va modificando mi perfil. Para preparar el ajuar. Para soñar lo que ese niño puede llegar a ser cuando crezca. Para pedir a Dios que me enseñe a criar al hijo que llevo en mis entrañas. Para preparar mi alma y alimentar la suya.